En el año 1967, Margaret “Meg” Crane era una joven diseñadora gráfica que trabajaba para una farmacéutica en Estados Unidos. No tenía formación científica, ni ocupaba un cargo de dirección. Se dedicaba al diseño de envases de productos y, un día, al visitar los laboratorios de la empresa, vio los tubos de ensayo que los técnicos utilizaban para detectar embarazos. En aquel momento, solo los médicos podían confirmar si una mujer estaba embarazada. Y lo hacían mediante un proceso lento, caro y que restaba todo el control a la mujer sobre su propio cuerpo.
Pero Meg tuvo una idea radical para la época: ¿qué pasaría si cualquier mujer pudiera saber si estaba embarazada desde casa, sola, en privado y de forma rápida?
Una propuesta innovadora poco valorada
Crane desarrolló un prototipo sencillo con un vaso, una tira reactiva y un pequeño espejo. Presentó la idea a la farmacéutica, pero su propuesta no fue bien recibida. No tenía formación científica ni un puesto de peso dentro de la empresa, y probablemente no habría sido valorada de la misma manera si la hubiera presentado un hombre con un perfil técnico. En un entorno dominado por hombres, la autonomía femenina y el control sobre el propio cuerpo todavía generaban resistencias.
Además, la empresa temía que el producto pudiera reducir las visitas médicas y, por tanto, los beneficios del sector. Era una cuestión de poder y control. Ofrecer a las mujeres autonomía, rapidez y privacidad se percibía como una amenaza.
El Predictor y el miedo a la autonomía femenina
Pese al rechazo inicial, la farmacéutica acabó solicitando la patente del dispositivo, pero a nombre de la empresa, no al de Meg. Ella tuvo que ceder los derechos por solo un dólar y no recibió ningún reconocimiento ni compensación económica. El producto se comercializó por primera vez en Canadá en 1972, y no llegó a Estados Unidos hasta 1977.
El dispositivo se llamó Predictor y representó una revolución en la salud de las mujeres. Por primera vez, una mujer podía saber si estaba embarazada sin tener que pedir permiso, sin ser juzgada y sin tener que esperar días.
Una historia silenciada durante décadas
La historia de Margaret Crane quedó en el olvido durante décadas. No fue hasta muchos años después, cuando ella misma contactó con medios de comunicación para aclarar que el invento era suyo, que su nombre empezó a recuperarse. Su prototipo original se conserva hoy en día en el Smithsonian Institution, como recuerdo de cómo las mujeres han tenido que luchar no solo para inventar, sino para ser reconocidas.
Un legado feminista y transformador
El test de embarazo casero no fue solo un avance técnico: fue una herramienta de empoderamiento, un acto revolucionario que permitía a las mujeres controlar la información más íntima sobre su cuerpo. Margaret Crane desafió a un sistema que quería mantenerlas bajo vigilancia médica y patriarcal, y lo hizo con creatividad, determinación y sin renunciar nunca a su idea.